No siempre ha sido fácil ni seguro estar en contacto y en el presente con mi propio cuerpo. Algunas de mis identidades tal como ser inmigrante que vive en la diáspora, persona de género fluido, persona que vive con una enfermedad crónica, neurodivergente sensorial, y testigo de violencia, ha generado que mi cuerpo a veces no se sienta como un lugar seguro. Al igual que mi sensibilidad ante el mundo en momentos ha dificultado la conexión conmigo misma y con los demás. Sin embargo, como practicante durante los últimos 15 años de artes curativas, que van desde el qi gong, tai chi, y meditaciones en movimiento, y apoyándome en mis raíces culturales sudamericanas, he encontrado y entendido las poderosas herramientas que mi propio cuerpo y mente han construido para hacer frente al mundo que me rodea. Estas herramientas que me han permitido sobrevivir hasta hoy son dones, y es a través del trabajo de las artes expresivas que puedo elegir qué herramientas y dones desarrollo, a cuáles dedico mi energía y a cuáles dejo ir. Además con las artes he podido honrar mi propio camino, siempre me voy moviendo a mi propio ritmo.

Durante mi carrera profesional siempre me he encontrado en funciones de facilitación y acompañamiento, y siempre he basado ese rol en el respeto y  el valor de cada persona y en los dones que cada una aporta a nuestros ecosistemas comunitarios. He tomado el rol de facilitación en campos de trabajo como el desarrollo de políticas y leyes, apoyando programas de emergencias ambientales, apoyando mujeres líderes a nivel global, y apoyando a artistas a generar desarrollo comunitario creativo. En todas estas oportunidades  me he visto a mí misma como testigo y colaboradora, acompañando a los demás para sanar y crear nuevas posibilidades.